martes, 21 de julio de 2009

Será por eso, porque los dos llegaron al lugar cargados con su historia, porque los dos llegaron al beso con el mismo hermetismo, encerrándolo dentro de la piel. No se entregaron, solo hubo un intento...apenas un intento. Un barco que quiso llegar a puerto pero se dejó arrastrar corriente afuera hacia cualquier tormenta, o hacia la misma tormenta de siempre... Ella llevaba en sí largas caminatas por mañanas de sol, cansancios de tardes amarillas, el oído alerta para escuchar alguna llamada que nunca sonaría, mil siestas para dejar de soñar, la mano preparada para sacar un par de monedas del bolsillo interior de la cartera y subir a algún colectivo, la lengua fría por un helado de frambuesa saboreado sin prisa. El llevaba pegado a sus talones el polvo de las mismas calles andadas y desandadas varias veces al día, números de teléfonos que ya se habían mezclado, fotos de novias en su billetera y esas ganas de...ganas de nada, o de animarse a llorar tal vez...Y además, llevaban otras cosas. Canciones de moda que se les pegaron y cantaron bajo la ducha, quizás las mismas canciones a un mismo tiempo, pero en lugares diferentes. Tal vez algún asomo de alegría vivido a un tiempo, pero separados. Tal vez alguna tristeza inmensa en una misma noche, pero bajo techos distintos. Creían saber todo el uno del otro. ¿Qué puede haber de misterioso en la vida de una persona? Sin embargo, no sabían nada, porque ignoraban nombres y fechas y lugares donde habían pasado los veranos. Hubieran tenido que contarse todo. Hubieran tenido que hacer una larga lista de cosas, de sorpresas, de lágrimas, de sonrisas, de sobresaltos, agonías, desencantos, temores, de películas y libros y de canciones sabidas de memoria, de casualidades, descubrimientos, de aceptación y de rechazos...Hubieran tenido que pronunciar cientos de miles de palabras que fueran descascarando la soledad hasta dejar el cuerpo preparado para la entrega, para la confianza. Hubieran tenido que atreverse a jugar una carta, el todo por el todo, quitarse la máscara, decir la verdad, sea cual fuere, mostrar las lastimaduras, las arrugas, las rajaduras, mostrarse... Pero no se animaron, les faltó valor. Ellos dijeron que les faltó tiempo...pero les faltó valor. Estaban engolosinados con su propia tristeza, no querían tomarse el trabajo de quitarse las siete capas y ver la desnudez de la felicidad... porque temían que después de la séptima capa apareciera de nuevo la terrible y despiadada soledad, de la cual ya eran prisioneros. Y entonces caminaron juntos unos pasos. Y entonces se estrecharon fuerte, se besaron cerrando los ojos porque cada uno quería mirarse a si mismo, nada mas que a si mismo, y no al otro...aunque los besos siempre se dan con los ojos cerrados... Estuvieron acariciando el límite, lo exterior, la impenetrable puerta, la puerta de cien cerraduras. Ninguno de los dos quiso buscar las llaves, ninguno de los dos quiso empezar a abrir, ninguno de los dos quiso saber qué había en realidad detrás de la puerta que los separaba. Por eso fracasó el encuentro. Por eso... Porque cada uno fue a encontrarse consigo mismo. Porque cada uno fue a alimentar con llantos su propia soledad. Porque cada uno llevó su distancia y la puso en el medio. Y a pesar de los besos, y a pesar de la parodia del intento, y a pesar de ser un hombre y una mujer llenos de posibilidades, se dijeron adiós y lloraron, pensando que lloraban por decirse adiós, pero sabiendo que cada uno lloraba por sus viejos dolores de adioses anteriores, por otros intentos y otras historias. Y porque ya nunca podrían borrar las distancias que los separarían de ellos y de los otros que quisieran alguna vez, acercarse a ellos.




No hay comentarios: