Supongamos que soy complicada, un poco desconsiderada y demasiado terminante. Supongamos que en este punto de mi vida perdí el interés en el (para mí), irritante histeriqueo. Supongamos que ya no quiero detenerme y deslumbrarme ante idealizaciones o espejismos; supongamos que quiero una relación terreste, concreta y real. Supongamos que me levanté un día y me di cuenta de que todo el tiempo evitaba chocarme contra aquello que no quería ver. Supongamos que todavía parece que nada de esto me interesa.
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